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Hace mucho me cosquilleo la fantasía y la melancolía y cuando las saqué de mí se volvieron letras, luego se fueron al olvido y de ahí parto, para compartirlas con mis amigos.

sábado, 31 de julio de 2010

Matando el Tiempo

30 de Mayo del 2001.

Iba en el auto, sobre una carretera tan larga como el hastío que cargaba desde hace tiempo. Sin mayor distracción que los postes de energía que hacían caravana a mi paso.

El radio no tenía nada que ofrecer y solo tenía un disco que me había hartado a los 5 minutos que salí en el viaje y al minuto 6 ya lo había tirado por la ventanilla.

Desesperado por las horas de manejo y aburrición decidí para por un instante y respirar un poco de ese aire que dicen que es puro.

Orille el auto y busque alguna salida que me alejará un poco de esa carretera, pensé que ya estaba lo suficientemente lejos de cualquier lugar, no importaba estar lejos de la carretera.

Eran como las 10 de la mañana y el sol no mostraba algún signo de misericordia y se dejaba caer como un muerto, como un gigante muerto aplastando todo a su paso.

El paisaje seguía siendo el mismo, el mismo que hacía tantas horas me había aburrido, más parecía que había dado solo vueltas al mismo punto.

Bajé del auto y miré a la ausencia de frente, pero la ignoré cuando unas aves salieron volando en desbandada de un lejano árbol.

Decidí entonces acercarme a un poco más a ese solitario árbol que me recordaba un poco cómo me sentía. No recuerdo haber caminado mucho y de pronto ya me veía frente a él.

No sé de que tipo de árbol se trataba, pues de árboles no sé nada. Hasta entonces todos los árboles me parecían iguales.

El árbol desde el principio me pareció extraño, su follaje era demasiado tupido, tanto que no se podía ver ningún rayo de luz colarse en su sombra. Su sombra más bien asemejaba una pequeña noche a medio día.

Su tronco era bastante grueso, como de unos veinte pasos para poder rodearlo. Las ramas eran demasiado gruesas y daban la impresión de ser cientos de brazos paralizados sosteniendo el tupido follaje.

Decidí sentarme un rato y disfrutar de ese refugio contra el sol y hastío de la carretera hasta entrada la tarde. Tomé un puñado de piedrecillas y me senté recargado en aquel enorme árbol y comencé a lanzar las piedras con la ingenua intención de matar el tiempo.

-Matar el tiempo- susuró el viento cuando movía las hojas. Al principio sonreí al pensar en las jugarretas que te hace la mente cuando estás solo y aburrido.

-Matar el tiempo- se escuchó nuevamente y entonces mi sonrisa se borró y un escalofrío me levantó como un resorte y volteé a ver quién estaba susurrando, puesto que el viento estaba seguro que no era.

No vi nada, no quería averiguar nada. Así que me di media vuelta y comencé a caminar rápidamente hacia el coche. Aunque por cada paso que daba parecía más lejano y seguía escuchando esas palabras y una respiración gélida en mi nuca.

Seguí sin mirar hacia atrás, comencé a correr, pero de nada servía, el auto parecía tan lejano como la misma carretera de la que me había salido.

Sofocado por la carera inútil y con mi pobre corazón a punto de reventar y pude ver que la sobra del árbol seguía sobre mi. Entonces ya envuelto en el desconcierto y el miedo, busqué con la mirada al árbol y de manera inconcebible constaté lo que mi temor era cierto: seguía en el mismo lugar de cuando comencé a correr.

La locura se estaba apoderando de mi y las palabras "matar el tiempo" volvían una y otra vez. Y en ese momento levanté la mirada y pude ver aquellas ramas retorciéndose ahora como brazos adoloridos intentando arrojar las hojas que sostenían. Parecían quererse arrancar las unas a las otras y aunque no se escuchaba nada, sentía como gritos de dolor.

Mi estupor fue interrumpido por una gota de resina rojiza que cayó sobre mi rostro y de pronto una rama se rompió y cayó violentamente al piso secándose enseguida. Regresé mi vista a esa extraña lucha entre ramas y follaje y observé como se iba abriendo paso una brecha de luz, que más bien asemejaba una herida para ese gigante.

Al ver eso me provocó una nausea como ninguna otra ocasión he sentido, mi cabeza la senti inflamada como un balón, creí que no tenía cuello por las vueltas que me daba, mi estómago no lo soportó mucho y me obligó a postrarme a pedir misericordia mientras arrojaba hasta la última migaja del desayuno.

En medio de mis convulsiones, alcancé a mirar de reojo hacia dónde había caído aquella rama que se había secado y ante mi solo encontré una enorme víbora que se erguía con toda su furia hacia mi.

El color rojizo de su piel acentuaba el terror que me ahogaba, sus ojos eran blancos y sus fauces tan atemorizantes como cualquier otra víbora asesina que se pueda imaginar. Su ataque fue veloz y sin misericordia, apenas la esquive la primera vez dentro de mi asombro.

La segunda embestida no la pude evitar, apenas pude contenerle la cabeza que enfilaba hacía mi rostro, con ambas manos, la retuve mirando cada intento de mordida. La víbora seguía empujando con una fuerza increíble, mis manos sudando y su cuerpo parecía cada vez más resbaloso.

Mi pánico se volvió historia y comencé a gritar como un loco mientras su cabeza se acercaba a mi rostro. Aun no entiendo bien como en medio de esa lucha, esquive su mordida tantas veces y como tenía las manos ocupadas en su cuerpo, no se me ocurrió otra cosa que someterla de una manera increíble.

En una embestida fallida de la víbora entre el miedo y la furia, la mordí. La mordí tan fuerte como pude, y volví a morderla tantas veces como pude. Estuvimos enfrascados en una lucha de morder o ser mordido, hasta la última mordida en que no la solté. No la solté ni siquiera cuando ya no se movía, tampoco la solté cuando la tibieza de su sangre comenzó a mezclarse con mi saliva.

Ni siquiera ese sabor ácido y picante iba a hacerme soltar a la víbora, sólo fue que hasta que vi su cabeza mutilada caer al piso, en medio de un chorro de sangre atiné a soltarla. Escupí una y otra vez, hasta sentir la boca seca. Me incorporé ya sin nausea, cegado ya por la locura o por la adrenalina, por toda la increíble situación que estaba viviendo.

En ese momento miré al árbol y me lancé a treparlo, su tronco era resbaloso, pero mi miedo y mi furia pudieron más, hasta que llegue a una rama, la agitación era demasiada. Así que comencé a avanzar retirando hojas de las ramas, para ese momento me quitaba ramas de encima y hojas por igual, todo se tambaleaba y sentía que en cualquier momento podía caer. Pero para ese entonces mi miedo ya era furia.

Arranqué tantas ramas y hojas como pude para llegar al otro extremo, entonces las ramas se comenzaban a alejar, pero mi brazo comenzaba a entumecerse, el temblor apareció en todo mi cuerpo como señal de que no podría continuar por mucho tiempo. Así que con lo último de mis fuerzas logré columpiarme para intentar atravesar el follaje. Era mi último intento desesperado, dentro de toda esta locura.

Me solté y sentí golpear contra un muro y me desmayé. Cuando volví en mi, estaba a un lado del coche, siendo atendido por unos paramédicos que me estaban subiendo a una ambulancia. Una patrulla de caminos había visto mi coche abandonado y al investigar me encontró.

Estuve en el hospital dos semanas recuperándome, a pesar de que solo me habían reportado por insolación y una probable picadura de víbora y digo probable por síntomas, pero en los análisis clínicos no apareció nada. Estuve muy débil durante mucho tiempo.

Así que el día de mi alta, se presentó el policía que me había encontrado - Vaya al menos a usted lo encontramos - dijo mientras sonreía - En la mayoría de las ocasiones solo remolcamos los coches abandonados. Al parece la gente se vuelve loca de aburrimiento en esa carretera y se desaparece corriendo en el campo.

Le agradecí mucho y al tiempo que se iba, pude ver en cuello marcas de mordidas. Al darse cuenta de que descubrí esas marcas, me miró y se sonrió para decir - Se debe tener cuidado cuando se mata el tiempo.

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